miércoles, 29 de noviembre de 2017

En mi habitación.

Estoy en mi habitación.
Me he comprado un juego de sábanas blancas sobre las que he decidido tumbarme vestida de negro.
Mi gato combina de maravilla en la escena, y se ha acostado junto a mí para que le haga cosquillas.
Lleva todo el día durmiendo en mi habitación. Y me ha dejado susurrarle diecinueve veces seguidas lo mucho que le quiero. 

Estoy en mi habitación
y he cerrado los ojos un momento. Al abrirlos, me he dado cuenta de que se me había pasado volando la tarde.
Como un mirlo en otoño, como algo que vuela, no lo sé, como cualquier cosa que vuele
y que con certeza sé que no lleva mi nombre.
Pero, el caso,
la tarde se había vuelto a pasar volado. 

El vestido estaba impoluto, mi gato no dejaba de dormir, la canción de la H seguía enmudecida, y no me apetecía pausarla. El silencio hacía el ruido suficiente para despertar poco a poco mis ganas de seguir bloqueada.

Estaba en mi habitación.
Y el cenicero pedía a gritos vaciarse entero
o desafiarle hasta rebosar por completo.
Vaya.
Como yo.
Desastre.
Precipicio.
Cosquilla.
Metafísica.

Siempre me quedo con las ganas.

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